Por: Magaly Preciado Reyes y Vanessa Garza Figueroa
Aprovechando la invitación realizada en redes sociales para postear con el #LaMaternidadTambienEs durante el mes de Mayo, consideramos que es un buen momento para reflexionar sobre algunas implicaciones y desazones que se viven al ejercer la maternidad y tratar de compaginarla con la vida laboral.
Partamos de la reflexión de Karla Niño, ex colaboradora del Instituto Nacional de las Mujeres:
“….Básicamente una mujer que decide por la maternidad está condenada a dos escenarios:
1. Abandonar a la cría 10 horas o más en un centro de “cuidados” para poder cumplir con las características de los empleos actuales de tiempo completo, o
2. Alejarse de la vida profesional para maternar y tener ingresos inestables y/o precarios que hacen de la labor una suerte de prueba de obstáculos.
#YoEstoyHarta #LaMaternidadTambienEs un trabajo y se debe reconocer y remunerar…”
Ambos escenarios nos enfrentan a diversas situaciones generadas a partir de expectativas que, desde temprana edad – e incluso antes de nacer – la cultura nos impone a través de los roles de género. En el caso de las mujeres, se pretende que asuman el cuidado exclusivo de la crianza y todo lo que conlleva (rol reproductivo). Cuando las mujeres eligen romper con “lo establecido”- ya sea porque lo desean o porque no tienen opción – y deciden trabajar fuera de casa para generar ingresos (rol productivo), se genera una culpa a nivel individual, y un señalamiento a nivel social, por no cumplir con las expectativas impuestas y autoimpuestas a partir de los roles aprendidos.
Así, las mujeres en la actualidad se enfrentan a un alto grado de exigencia personal, familiar y laboral, presentándose otras problemáticas que afectan su desarrollo profesional: nulas políticas públicas a favor del balance entre vida laboral, personal y familiar (que estén disponibles para mujeres y hombres), inexistencia de mecanismos y políticas organizacionales que reconozcan el trabajo de crianza y de cuidados, así como escasa cultura de conciliación y corresponsabilidad familiar en los ámbitos empresariales. Repercutiendo esto en la existencia de dobles y triples jornadas laborales para las mujeres.
Ante la falta de servicios públicos suficientes para el cuidado de los hijos e hijas, la dificultad para pagar servicios privados, el desigual reparto de tareas en el ámbito familiar y, en ocasiones, la carencia de una red de apoyo, muchas mujeres se ven prácticamente obligadas a ejercer su maternidad considerando el segundo escenario planteado por Karla Niño: priorizar su papel como madres o cuidadoras, y hacer malabares para buscar ingresos desde la informalidad, la inestabilidad profesional, y la precariedad económica. Evidentemente, acarreando consecuencias como: falta de seguridad social, disminución en las posibilidades de obtener una jubilación, riesgo de tener que depender del apoyo de familiares y amistades para subsistir, y por lo tanto, mayor riesgo de vivir en condiciones de pobreza, e incluso en situación de calle.
Por lo anterior, valdría la pena cuestionarnos: si principalmente, son las mujeres quienes garantizan el derecho a los cuidados de hijos e hijas, familiares dependientes como personas enfermas, adultas mayores y con discapacidad, ¿quién – de manera real o sustantiva – garantiza el derecho de las mujeres a la igualdad?
Los tiempos han cambiado y con ello los roles de género: hombres y mujeres podemos y tenemos el derecho a desarrollarnos en las esferas públicas y privadas. Por tanto, reflexionar sobre las problemáticas aquí expuestas e incidir en los cambios requeridos – desde la posición en la que nos encontremos – es nuestro deber como personas a favor de un mundo que reconozca y valore por igual ambos roles: productivo y reproductivo.
#LaMaternidadTambienEs un trabajo y se debe reconocer y remunerar.
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